Lo masculino

Me preguntaba hace algunas entradas qué espacio le queda al hombre de hoy para desarrollar su identidad, sobre todo teniendo en cuenta que hay dos modelos bastante marcados y bastante enfrentados como son el del machomán y el del gueylor.

Estos dos extremos los considero desequilibrados precisamente porque han perdido su propio centro al quedarse en la superficialidad, es decir: han perdido la conexión con su ser interno y tratan de encontrar respuestas e identidad en algo externo o en propuestas que les llegan desde fuera, pero eso que llega de fuera no tiene verdadera conexión con su esencia. Al perderse esta conexión  no se escucha al ser interior, no se sintoniza con su frecuencia de vibración y se ignoran sus avisos.

Entonces, ¿qué es lo propio de la energía masculina?, ¿hay alguna pista que podamos darle a un hombre sobre dónde se mueve su energía masculina y por dónde puede empezar a permitir que su ser interno de energía yang se exprese?.


Hay que empezar indicando que lo masculino es el principio que inicia la creación de algo, es el principio de fecundación que se complementa con el principio femenino de la concepción. Lo masculino empieza la obra y lo femenino la desarrolla; lo masculino se pone en marcha y lo femenino lo completa, lo mejora y en caso necesario, lo repara si se puede.

Por esto decimos que el poder masculino se expresa claramente en la actividad, en lo activo, en el hacer, ya sea con la mente generando nuevas ideas, o con las manos haciendo nuevas herramientas o utilizándolas para desarrollar trabajos, etc. También decimos que el hombre tiene más fuerza muscular, basada en la capacidad de iniciativa que ha provocado a su vez evolución físico-biológica del cuerpo durante generaciones.

Este aspecto de la actividad está enfrentado con la impaciencia masculina por hacer cosas, ahí el hombre encuentra su complemento en la paciencia de la mujer: algo que el hombre ha de aprender es cuándo hay que actuar y cuándo hay que esperar. En general el hombre no actuará de forma loca o irracional, pero es seguro que casi siempre actuará: cuando salía a cazar el hombre primitivo no actuaba a lo loco, sino que establecía una estrategia en la cual una parte podía ser esperar acechando para saltar a por la pieza. No es que el hombre no tenga paciencia, la tiene si es preparando la actuación.

Esta iniciativa por el hacer provoca que el hombre tenga su visión puesta más bien en lo general, en  lo lejano y grande, en las grandes obras, en lo que está por venir, o mejor dicho por conseguir, ya sea en cuestión de ideas que llevar a la práctica, como en obras físicas a realizar. De aquí salen los grandes arquitectos de obras inimaginables: tanto físicas como de ideas y también  los grandes revolucionarios.

No es sólo que a las mujeres no se les haya permitido hacer revoluciones (que también), es que lo masculino tiene más facilidad para pensar a lo grande, a lo rompedor y transgresor frente al detalle o lo pequeño: en general la mujer comprará mejor un regalo emotivo y un hombre pensará más en el nuevo sistema económico mundial (aunque ambos puedan hacer bien ambas cosas).

es cierto que si unimos esta facilidad de lo masculino por lo grande a un ego personal también grande (habitual entre los hombres) nos podemos encontrar con un dictador (por el lado desequilibrado) o con un genio innovador (por el lado equilibrado). En cualquier caso será un rompedor, porque además, a esta capacidad de acción, suele unirse el poder de la voluntad, propio también de lo masculino.

Este ímpetu voluntarioso del hombre le lleva a desarrollar la capacidad de protección de sus intereses: tanto de seres queridos como de bienes materiales, ya sea en defensa ante un ataque o para cubrir las necesidades de provisión de alimentos y demás útiles básicos para la vida, suya y del grupo familiar.

A veces este impulso masculino por la acción y la consecución de logros induce al hombre a competir por todo. Esto está muy potenciado en la sociedad masculina en que vivimos, pues en general “hay que ser competitivo”, ser el mejor, llegar más lejos: el famoso "citius, altius, fortius". Este principio masculino llevado al extremo provoca carreras locas y competiciones sin sentido por conseguir el máximo en cualquier aspecto de la vida y si es posible, conseguirlo en solitario y sin equipo. Tristemente este aspecto en la sociedad ha salpicado también a la mujer y ha provocado en ella la debilitación de su capacidad asociativa que une e integra a todos.

En general, el hombre dirá lo que piensa, sea mucho o poco, su capacidad expresiva suele estar aceptablemente desarrollada. Sin embargo probablemente tienen razón muchas mujeres cuando dicen eso de "cariño, ya no hablamos". No es que el hombre se guarde dentro las cosas y no se exprese, es que hay desconexión con su corazón y sus sentimientos: no es que el hombre no hable de sus sentimientos, es que no tiene facilidad para llegar a ellos y cuando llega, no sábe qué le pasa, de dónde viene esa pasión que supone una tristeza, un miedo, un gozo o un enamoramiento sostenido: es como el cava dentro de una botella que no encuentra el camino hacia el corcho. No es falta de expresividad, es desconexión con sus sentimientos. Ahora bien, ¿cómo reparar esa desconexión?... bueno, ésto será mejor dejarlo para otra entrada y sobre todo pedir ayuda a una mujer.
El poder masculino es claramente un poder terreno, unido a tierra, ya que su energía se potencia en los centros energéticos de la parte baja del cuerpo. Por esto lo masculino es práctico, objetivo, va a la raíz de los hechos y no se anda por las ramas. El hombre suele ser resolutivo aunque sea por la vía rápida, además de racional, y normalmente aplicará lógica simple de acción directa.

También por ser un poder terreno al hombre le resulta complicado el acceso a lo espiritual, a lo elevado, a lo que no perciba con sus sentidos terrenos racionales. Hay más mujeres dentro de grupos religiosos que hombres, si bien es cierto que cuando un hombre consigue evolucionar y conectar con su ser divino logra una conexión cielo-tierra que le catapulta en su evolución. La verdad es que son conocidos más hombres místicos que mujeres místicas, aunque estoy seguro de que hay muchas mujeres místicas que no son conocidas.

Esta es una aproximación a lo que entiendo como energía masculina, es decir, los principios que siento en una persona que ha desarrollado su energía yang, ya sea en un hombre en coherencia con su ser-yang o ya sea en una mujer que ha integrado su ser-yang.


Pues lo que es cierto es que todo hombre parte de una esencia yang en la que ha de integrar su parte femenina-yin, igual que toda mujer parte de una esencia yin en la que ha de integrar su parte masculina-yang para completar su equilibrio. Este es un principio de evolución: la unión en armonía de los opuestos ying y yang, como expresa fácilmente el símbolo del Tao, en el que vemos que cada lado tiene una semilla del otro, que se unen armónicamente formando la totalidad.

La siguiente cuestión es cómo posibilitar el equilibrio de nuestra propia energía (yin o yang) y la integración de la que nos "falta" (yang o yin). Desde luego ésta cuestión da para otra entrada de blog.

De momento y sin entrar en detalle, lo que propongo al hombre es reconocer en sus actos y en sus pensamientos cómo aparecen estos principios masculinos (y alguno otro que no haya apuntado) para poder trabajar en ellos sin culpabilizarse, sino haciéndose consciente de cómo actúa y piensa y mejorarse a sí mismo buscando el principio femenino que lo complemente para integrarlo en su forma de actuar y pensar. Caminando hacia esa integración hemos escrito dos artículos: el primero fue Lo femenino y ahora éste.

Todo principio masculino se complementa con otro femenino que nos lleva a la re-unión de ambos principios y nos eleva hacia el cielo, hacia lo que siempre hemos deseado ser: seres divinos de vuelta a la casa del Padre.

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