El vínculo de la inocencia


¿Qué es lo más indispensable para ti como padre? La mayoría de las personas responderían automáticamente: "El amor", y tendrían razón, desde luego. Pero a continuación habría que formular una pregunta más profunda: "¿De dónde sale el amor?". El vínculo del amor no basta por sí mismo, pues se debilita y a veces se rompe. Todos criamos a nuestros hijos en virtud de lo que llamamos amor, pero los jóvenes de hoy día no dejan de encontrarse con problemas horrendos.
Hay una cosa más profunda que el amor, más indispensable: la inocencia. La inocencia es la fuente del amor. La inocencia, tal como yo la defino aquí, no es ingenuidad. Muy al contrario. La inocencia es apertura.
La inocencia es saber que puedes guiar a los niños, pero nunca controlarlos. Debes estar abierto a la persona que hay dentro de cada niño, a una persona que es lógico que sea diferente de ti. La inocencia te permite aceptar esta realidad con paz en el corazón.
La inocencia es saber que la vida nunca es fija. Tus niños habrán de seguir rumbos que tú no puedes predecir, habrán de hacer cosas que tú no harías nunca. La incertidumbre es una premisa, pues la vida no es más que cambio. La inocencia te permite aceptar esto: dejarás tu necesidad de hacer que tus hijos se ciñan a tus conceptos preconcebidos.
La inocencia es saber que el amor es más profundo que los hechos superficiales. En la superficie, el viaje de un niño es arduo y difícil. Todos queremos enseñar a nuestros hijos las lecciones que nos resultó más difícil aprender, queremos protegerlos del dolor innecesario. Pero la inocencia nos permite darnos cuenta de que la superficie de la vida es una distracción con respecto del viaje más profundo que debe realizar toda persona. Éste es el viaje de la formación del alma. La formación del alma se produce bajo la mirada vigilante del espíritu. Podemos ayudar a nuestros hijos a que descubran la importancia esencial de sus almas, pero nosotros no somos responsables de su viaje. Ése es un acuerdo singular que se realiza entre cada persona y su Yo Superior.
Si tuviera que resumir todos estos puntos en una sola frase, sería ésta: La inocencia es saber que tu hijo es tuyo pero no es tuyo. Todos somos, en último extremo, hijos del espíritu. Todos nos hemos criado perteneciendo a una familia, pero esta pertenencia es muy poco firme. Nos pertenecemos principalmente a nosotros mismos, lo que quiere decir que pertenecemos a nuestro espíritu, o a nuestra alma,  o a nuestra esencia.
Así pues, ver a un niño con amor verdadero significa ver esta chispa de lo divino. Es fácil decir que todo niño es singular y precioso, pero esto resulta verdad gracias a la inocencia, que nos permite ver al niño como un alma embarcada en el viaje de la formación del alma. Esto supone renunciar a determinadas pautas de la paternidad que tenemos muy grabadas.
Los padres estamos acostumbrados a ser figuras de autoridad. Como tales, estamos por encima y más allá de nuestros hijos: somos más listos y más poderosos, tenemos más experiencia, dominamos el dinero y la propiedad. Desde esta posición de autoridad, los padres han sido capaces de hacer juicios de valor, de infligir castigos, de establecer las reglas del bien y del mal, y de hacer todo esto con un sentimiento claro de deber y de propósito.
El padre no es una autoridad. Tú y tu hijo sois almas los dos: ambos estáis embarcados en el viaje de la formación del alma. La única diferencia son los papeles que habéis elegido. Todas las almas son inmortales, no se pueden crear ni destruir. Pero nosotros optamos por representar temporalmente unos papeles.
El mayor bien que te puedes hacer a ti mismo espiritualmente es representar tu papel con completo amor, convicción y sentido del propósito. Éste es el papel que te elevará y te inspirará más que ningún otro. Lo mismo sucede a tu hijo. Como espíritu omnisciente e inmortal, tu hijo ha optado por ser un niño débil y vulnerable, completamente dependiente de tu ayuda. Éste es el papel que representa tu hijo, con convicción y dedicación totales. Pero si ambos os quitáis de encima la representación del papel, quedáis como almas puras, iguales y como una sola. La inocencia os permite ver esto, os permite representar el papel pero llegar más allá de él.
Algunas personas pueden oponerse a este concepto, pero creo que todo padre ha vivido momentos en que la mirada de su hijo le ha contado un relato de sabiduría infinita, de vivencias que llegan mucho mas lejos de este momento concreto del tiempo y del espacio. Sé que a mí me ha sucedido con mis hijos. Yo los  he acostado, les he leído cuentos, he jugado a la pelota con ellos y he presenciado con orgullo sus recitales de danza. Siempre que hacía estas cosas, yo era el papá y ellos eran los chicos. Pero han existido otros momentos, menos frecuentes, en que se caía toda la fachada. He visto a mis hijos dirigirme una mirada que quería decir: "Allá vamos otra vez. ¡Qué juego tan interesante estamos jugando esta vez!" He visto a mi hija sonreír de tal manera que yo sabía que estaba al borde del ataque de risa por las máscaras que nos habíamos puesto para seguir dando vida a nuestros papeles.
En esas miradas y en esas sonrisas preciosas yo sentí el vínculo de la inocencia, que es más poderoso que el vínculo del amor porque trasciende al amor. Toda familia es una comunión de almas. Lo que tenemos en común no es nuestro lugar de residencia, las escuelas a las que asistimos o lo que hacemos para ganarnos la vida. Estamos navegando juntos por los mares de la inmortalidad: este es el vínculo verdadero. Creo que cuando ves más allá de la representación del papel llegas a ser verdaderamente espiritual en tu planteamiento de la paternidad.
Como padres, lo que enseñamos a nuestros hijos no difiere de lo que debemos seguir enseñándonos a nosotros mismos.
Mantén el flujo de la inocencia. Todo depende de esto.
 Tomado del libro: Las Siete Leyes espirituales para padres. Deepak Chopra. Ed. Edaf.

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